martes, 17 de enero de 2017

Kraken (4)

Me llevaron a una parte de la bodega que apestaba a humedad y orín. Consistía en un pasillo con celdas a los lados. La primera de la izquierda destacaba por estar toda ella recubierta con listones de madera. Me encerraron justo enfrente. La única fuente de iluminación provenía de una pequeña lámpara de aceite que sostenía uno de los piratas que me escoltaban. Antes de que los piratas desaparecieran, y con ellos la tenue luz de la lámpara, creí vislumbrar un par de ojos brillantes en una alargada grieta entre las tablas de la celda opuesta. Esperé unos segundos y saludé con un “¿Hola?” para confirmar si había alguien más allí encerrado. No hubo respuesta. Avancé a tientas hasta la pared y me senté con la espalda apoyada en la madera húmeda. Fui consciente de que ya nunca volvería a ver a mi madre o a mi tío, a mis amigos, a la hija del gobernador... Ya nunca llegaría a convertirme en general del ejército imperial. Todos mis sueños se habían esfumado. Comencé a llorar amargamente.
De súbito escuché el rechinar de la puerta de la bodega y unos pasos leves en la oscuridad. Sequé mis ojos, me puse en pie y permanecí alerta, en silencio. El sonido y resplandor de un fósforo al encenderse me sorprendieron. Dirigí la mirada hacia el foco de luz. El intendente estaba prendiendo su pipa. Me observó detenidamente mientras daba algunas caladas. Su único ojo brillaba cuando aspiraba y el paso de aire avivaba la combustión del tabaco en la cazoleta.

-Coge esto -dijo-. Y será mejor que la dosifiques.

Tomé a tientas una bota llena de agua. El intendente empezó a alejarse en la oscuridad.

-¿Por qué me ayudas? -pregunté. Él se detuvo.
-Si no lo hago, estarás muerto en menos de una semana.
-¿Pero por qué...?
-Basta de preguntas -soltó cortante. Y el sonido de sus pasos se apagó en la distancia.




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