lunes, 6 de febrero de 2017

Kraken (9)

Terminé de tomarme la sopa y Sean me condujo de vuelta por el comedor de los marineros. Apenas quedaba ya una docena de ellos, que siguieron charlando sin prestarnos la más mínima atención. Junto a la barra había un hombre de pelo canoso, casi un anciano, con aspecto estrafalario. Vestía una bata blanca plagada de bolsillos de los que asomaban extraños objetos y trozos de cordel cobrizo. Sobre su nariz se apoyaban unos anteojos con varias lentes de aumento. Desde el otro lado de la barra, el cocinero le entregó un plato de comida mirándole con cara de pocos amigos.

           -Esto sí que es una casualidad -dijo Sean-. Ahí está el cirujano. No suele dejarse ver mucho. Aprovechemos la ocasión. ¡Hansel!

El hombre de la bata, que ya se dirigía con su plato hacia la salida del comedor, se dio la vuelta. Permaneció en pie mientras nos acercábamos, sosteniendo el plato con ambas manos. Sean volvió a hablar:

          -Hansel, quiero presentarte a Nicholas Drake, el nuevo grumete. Nicholas, este es Hansel Strudel, nuestro cirujano.
          -Ja -se limitó a decir Hansel.
          -Ajá -intervino Sean.

Se hizo un silencio incómodo mientras el cirujano nos miraba a uno y a otro alternativamente. El propio Hansel rompió el silencio:

-¿Es todo?
-Sí -contestó Sean-, supongo...
-Wunderbar -dijo el cirujano en una lengua que yo no comprendía-. Gute Nacht.
          -¿Qué ha dicho? -pregunté cuando el cirujano desapareció por el pasillo.
          -A veces habla en su lengua materna -me aclaró Sean-. Ha dicho “buenas noches”.
          -¿Buenas noches? -dije sorprendido mientras caminábamos hasta la barra. La claridad aún entraba a raudales por las troneras.
          -Supongo que es una forma de decir que no lo veremos más por hoy. Es un poco huraño. Se pasa el día encerrado en el camarote que hay junto a la enfermería. El capitán se lo cedió para construir algo llamado “laboratorio” . Escucharás ruidos raros salir de allí. Mejor que no entres. ¡Ah! El cocinero, Jim Murdock. Jim, este es Nicholas Drake, un nuevo camarada.

          Jim salió de detrás de la barra, cojeando con una pata de palo y sosteniendo un cuchillo de carnicero con el que apuntó en dirección a la salida:

          -Mucho cuidado con ese matasanos -dijo mirándome. Luego me estrechó la otra mano, y haciendo un gesto en el aire con el cuchillo, añadió-: En cuanto te despistas te corta una pierna.
          -Vamos, Jim -intervino Sean mientras el cocinero volvía al otro lado de la barra-, tienes que olvidar ya eso. La herida se había gangrenado. Hansel te salvó la vida. Además lo hizo por orden del capitán.
-Ya, ya… -añadió el cocinero poco convencido.

Por detrás de nosotros apareció el marinero rollizo que se encaró con Desmond en mi casa. Había pasado menos de una semana desde aquel día, pero para mí habían sido meses. El marinero se dirigió hacia el cocinero:

-Jim, ¿puedo comer un petit plus? Solo un poquito, ¿oui?
-Ahora no, Louis -contestó el cocinero-. Espera a que coman los del turno de noche.
          -Louis Lefatte, de Crepsia. Nuestro tonelero -aportó el intendente cuando el marinero se volvió hacia nosotros-. Le recordarás del asalto a Puerto Dorado. Louis, el nuevo marinero, Nicholas Drake.

          Louis me estrechó la mano efusivamente. Desde la mesa, un marinero gritó:

          -¡Será mejor que lo sueltes, muchacho, o te dará un mordisco en el brazo!
-¿Por qué tienes que ser tan grosero? -increpó Louis muy enfadado- ¡Solo le estaba saludando! -su cara enrojecía mientras su cólera se intensificaba por momentos-. ¡¡TENÍAS QUE DEJARME EN RIDÍCULO DELANTE DEL NOVICE!!

Sin ningún miramiento, Sean le propinó una bofetada con la mano abierta a Louis en la mejilla. Yo contemplaba la escena con estupor, convencido de que Louis estaba a punto de arrojar al intendente por una de las troneras. Para mi sorpresa, el tonelero empezó a sollozar, me apartó de un empujón y echó a correr hacia la salida, llorando como un niño:

-¿Pourquoi, mamá? ¡Yo no me he comido todas las galletas! ¡Buahhh!

Incapaz de articular palabra ante la inusual escena, miré a Sean, esperando una explicación.

-Si alguna vez ves que desata su ira de esa forma -me dijo-, esto es lo que tienes que hacer. Si no le abofeteas pronto, empezará a lanzar cosas por los aires. Y todo irá a peor...
-¿Cómo es posible...? -pregunté atónito.
-Es por un trauma infantil -me contestó-. Le recuerda a las tortas que le daba su madre de pequeño cuando hacía alguna trastada. Pero los Dioses te libren si se te ocurre darle un puñetazo…
-El último que lo hizo se pasó un mes en la enfermería -le interrumpió un marinero bajo y calvo que había aparecido como de la nada.
          -Josh Wood, carpintero -dijo Sean-. Cuando veas cualquier desperfecto en el barco, acude a él.
          -También si quieres reirte un rato -añadió el carpintero- Conozco un montón de chistes. Te sabes el de…
          -¡Tú sí que eres un chiste! -gritó un marinero desde la mesa.
          -¡Calvorota! -gritó otro- ¡Que te llega la frente hasta el culo!
          -¡Esto sí que te llega a tí hasta el culo! -respondió Josh al tiempo que miraba hacia la mesa y se sujetaba la entrepierna. Se levantó un coro de carcajadas.
          -Hora de marcharse -dijo Sean, señalándome la salida.

          Choqué con una persona justo al salir. Me disculpé mientras ella me espetaba un “¡Mira por dónde vas!” y después la miré pasmado. Ella me miró también y relajó su rostro enfadado. Recuerdo el rubor ascendiendo a mis mejillas como cuando mi mirada se cruzaba con la de la hija del gobernador.

          -Nicholas, esta es Samantha Smith -se limitó a decir Sean.
          -¿Así que este es el grumetillo cuya madre se cargó a Otto? -preguntó ella.

Para tener apenas dos años más que yo y vivir en un barco rodeada de sanguinarios piratas, aquella muchacha hablaba con una extraordinaria seguridad. comenzó a caminar de espaldas por el pasillo, hablando y sin dejar de mirarme con curiosidad:

-Le debía tres doblones a ese cerdo. Si algún día vuelves a verla, dale las gracias de mi parte. Puede que hasta te invite a un buen ron cuando desembarquemos. ¡Hasta la vista Nick! ¡Adiós, tío! -. me dedicó un guiño, hizo un saludo militar al intendente, dio media vuelta y siguió su camino.
-¡Te he dicho mil veces que no me llames tío! -gritó Sean.
-¿Ella es tu… quiero decir… vuestra sobrina? -pregunté.
-¿Qué? ¡No! Ella le dice “tío” a todo el mundo.
-¿Cual es su cargo?
-¿Cargo?  Si consideras cargo a pavonearse por todo el barco como si le perteneciera... -emprendimos el camino hacia la escotilla que daba al exterior-. Aunque supongo que en cierto modo es así. Su madre, Julia, es la regente del burdel más importante de Isla Tartufo. Esta isla es el principal punto de encuentro de los piratas cuando desembarcamos. El caso es que Julia le hizo un importante préstamo al capitán para reparar el barco a cambio de un porcentaje de los botines. De modo que Samantha está aquí para velar por los intereses de su madre, que en definitiva son los suyos propios. Veamos quién está en cubierta.

Nada más salir, nos topamos de frente con el marinero gigante. Yo ya tenía mis sospechas de quién era y evité mirarle a los ojos. Cuando estuvo ante nosotros, Sean carraspeó:
   
-Ejem… Nicholas Drake, este es Gerben Van der Brutt, el nuevo maestro de armas.
-Al antiguo le rajó el cuello la zorra de tu madre, ¿lo recuerdas? -empezó Gerben, sombrío- Si yo hubiera estado allí, ahora ella y tú no existiríais.

Se acercó peligrosamente a mí, pero Sean se interpuso en su camino:

-Bruto, creía que habíamos dejado claro el asunto de las amenazas a bordo del barco.
-Oh, no es una amenaza, señor intendente. Una amenaza sería si dijera que es posible que durante el próximo desembarco el señor Drake aparezca en un callejón partido en dos.

Bruto me dedicó una última mirada desdeñosa y se perdió bajo la escotilla.

-Tranquilo -trató de tranquilizarme Sean-. Bruto no se atreverá a ponerte un dedo encima mientras estés a bordo. Aunque no te aconsejo que pases demasiado tiempo a solas cuando desembarquemos…

Y como para ayudar a relajar la tensión, nos llegaron las dulces notas de un laúd. Nos acercamos al peculiar grupo de músicos que resultó estar compuesto por tres trillizos. Llevaban turbantes sobre sus cabezas y sus barbas y bigotes con recortes extravagantes y teñidos de vivos colores. El que tocaba el laúd estaba sentado encima de un barril, sobre cuyos costados, sentados en el suelo, apoyaban las espaldas sus hermanos, el uno tocando un clarín y el otro un tambor. Al vernos llegar, la música cesó. El tamborilero se puso en pie y habló al intendente:

-¿Vienes a tocar con nosotros, companiero?
-Quizá después -contestó Sean-. Ahora quiero que conozcáis a Nicholas Drake, el nuevo tripulante. Nick, estos son  Hizir, Aruj e Ilias. Casi nadie recuerda sus nombres, así que los llamamos Tambor, Clarín y Laúd.

Los músicos posaron la mano derecha sobre el corazón e inclinaron la cabeza a modo de saludo. Yo, sin saber muy bien cómo reaccionar, devolví la reverencia.

-Nunca había conocido a unos trillizos -aquellos pintorescos hombres habían despertado mi curiosidad.
-En realidad somos cuatro -comenzó Laúd-, pero Ishaq prefirió quedarse en nuestra patria, Baklavia, estudiar leyes y llevar una vida honrada.
-Siempre fue la oveja negra de la familia -apuntó Tambor, y soltó un sollozo.
-Ea, ea -le consoló Clarín dándole palmaditas en la espalda.

Los tres músicos bajaron la mirada con tristeza y reinó el silencio.

-Bien, caballeros -dijo Sean-, esto… ¡Que no decaigan los ánimos!

Nos alejamos de los trillizos, que reanudaron su música con notas melancólicas. Estábamos cerca del mástil principal cuando el intendente habló de nuevo:

-Y por último, en la cofa del palo mayor, el vigía, Roy Brody -miramos hacia arriba. El vigía parecía bastante joven. Sostenía un catalejo, sujetando la parte más cercana a su cara con la mano izquierda y apoyando el otro extremo sobre el muñón de su mano derecha amputada-. ¡Eh! ¡Roy!

Roy miró hacia abajo y saludó con el muñón. Se percató de su acción y sujetó el catalejo bajo la axila para saludar con la mano izquierda. Supongo que pensó que sería más correcto. Yo le devolví el saludo un poco extrañado. Sean debió de imaginar que algo me rondaba por la cabeza y se interesó:

-¿Ocurre algo?
-No -comencé-. Es que… Mi tío suele decir que las posiciones altas deben ser ocupadas por los mejores tiradores.
-¿De veras? -dijo el intendente sonriendo. Luego gritó hacia los músicos-. ¡Tambor! ¿Me pasas una baqueta?

El músico lanzó el palo y Sean lo cogió al vuelo. Luego caminó hasta la borda de estribor y gritó al vigía:

-¡Roy! ¡Aquí!

El intendente agitó el palo en el aire, extendió el brazo sobre la cubierta en posición horizontal, y lo sostuvo con firmeza. En la cofa, vi que Roy empuñaba un mosquete, apuntaba, disparaba, y media baqueta saltaba por los aires y se perdía en el mar. Me sentí impresionado. Sean lanzó la otra mitad de baqueta de vuelta a su propietario, que se quedó mirándola taciturno. 

          -Es una suerte que Roy sea zurdo -dijo Sean, y  soltó una carcajada al ver mi asombro. Se me acercó y posó una mano sobre mi hombro-. Bienvenido al Kraken, señor Drake.




2 comentarios:

  1. Ohhh este me ha encantado, mejora mucho *-* Los detalles más cómicos no quedan mal como comentaste ni tampoco demasiado forzados, se nota que son los primeros y que hay mucho que pulir pero no desentonan, sobre todo si se tiene en cuenta que esto viene del cómic. Genial ^^ ¡ánimo!

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    1. Muchas gracias Moria! A ver si consigo ponerme más en serio, que llevo una racha un poco mala. Encima me han llamado para trabajar los fines de semana y eso va restando horas...

      Se nota mucho lo del cómic en algunas partes. Por ejemplo he tenido que omitir una escena de los músicos en la que aparecían unos flashbacks que no podía traducir a la novela. Pero bueno espero que algún día aparezca algún ilustrador/a que quiera colaborar conmigo en esto y el proyecto pueda llegar a buen puerto (nunca mejor dicho xD)

      Un abrazo!!

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